martes, 3 de junio de 2008

LA BIBLIOTECA CONFINADA



Al leer la breve historia que este cuaderno hace de la Biblioteca Pública Municipal de Úbeda, que algún día habría que completar hasta donde los rastros documentales y testimoniales lo permitiesen, pasamos por alto que cuando hablamos de la Biblioteca y sus relaciones con los usuarios no siempre estamos hablando de lo mismo. Resulta fácil comparar términos equivalentes.

Por ejemplo, cuando en 1951 el recordado D. José Molina Hipólito (entonces Bibliotecario Municipal) manifiesta en la Revista Vbeda a Don Juan Pasquau, transmutado en Anselmo de Esponera, que la Biblioteca cuenta con 1 903 obras y un total de 2 510 tomos, nos sentimos capaces de emitir un juicio de valor contrastando, en términos simplemente numéricos, aquella realidad con la actual.

Nos parecerán acaso pocos los títulos a disposición de los lectores. Sin duda lo eran. Sin embargo Molina Hipólito, cuya tarea como Bibliotecario Municipal ha sido poco o nada reconocida pero a quien debemos la reorganización de la Biblioteca desde 1944 hasta aquel desgraciado marzo de 1953, da la cifra con cierta satisfacción. Y no nos dejemos engañar, él había conseguido dar a la Biblioteca una vida tan funcional y acogedora como en los penosos tiempos de la postguerra era posible. Para las circunstancias de la época su orgullo era legítimo. De espléndida la califica Juan Pasquau en aquel momento.

La Biblioteca en tiempos de Pepe Molina no había dejado de ser la Biblioteca Popular que se creara en 1927, pese a desenvolverse en una sociedad controlada por un régimen totalitario y cruel. Y, como en la Biblioteca Popular, el bibliotecario estaba obligado a permanecer en la sala durante todo el horario de lectura. Chocante obligación, aunque evidente, por cuanto parece confundir los conceptos y circunscribir al periodo de apertura de la biblioteca la posibilidad de la lectura. Pero no había confusión alguna. Era rigurosamente así. Estaba terminantemente prohibido que los libros saliesen del centro; la sala de lectura era el único lugar donde podían ser utilizados.

Para llegar a la biblioteca circulante, la que presta los libros a los usuarios para que se los lleven a casa, hubo que esperar un poco más.

En enero de 1954, el también recordado Antonio Parra, como nuevo bibliotecario municipal, firmaba en los números 49 y 50 de la Revista Vbeda una "Memoria de la Biblioteca Pública Municipal" en la que afirmaba, por primera vez en nuestra ciudad, que "la Biblioteca no termina en el salón, que la biblioteca moderna no debe ser un simple almacén de libros sino un centro activo y aun ofensivo de la cultura". Se refería, por si alguien pensaba otra cosa, a que "debe convertirse en circulante, buscando al lector en su propio domicilio". Debe prestar los libros fuera de sus instalaciones. Porque, si en la época del inefable Pepe Molina el mayor enemigo de la lectura era el analfabetismo, en la nueva etapa inaugurada por Antonio Parra se estimaba como mayor dificultad la imposiblidad de leer en la bilioteca para muchos vecinos "por incompatibilidad de sus respectivos trabajos".

De este modo, a la etapa de nuestra Biblioteca de la segunda mitad de los años 50 le debemos su carácter circulante, esto es, que los libros sean prestados para ser leídos o consultados fuera de la sala. Con las iniciativas del nuevo Bibliotecario, comienza una nueva etapa de la que alguna vez habrá que hablar. Quizás no sea ahora el momento.

Quiero destacar algo de aquella biblioteca confinada en su elegante salón del Palacio Municipal, una característica que le transmitió Molina Hipólito, algo que marcó la esencia de nuestra Biblioteca y que ha llegado hasta nosotros. Pasados los años cruzo el abigarrado y revenido espacio de la sala que ocupa en el Hospital de Santiago y la reconozco, como reconocemos en los hijos la infancia de nuestros padres. La imagen que acude a mi memoria poco tiene que ver con el carácter circulante o no de la colección. Ni con la ratio de libros por habitante, los puntos de lectura o el horario. Desde la autoridad que le confiere la distancia de más de cincuenta años nos lo recuerda Anselmo de Esponera: «... al entrar en la Biblioteca, que se encuentra en el Palacio Municipal, nos ha recibido la sonrisa - siempre cordial- de Pepe Molina. Porque este es el primer "confort" (valga por una vez el extranjerismo) que se encuentra al penetrar en la Biblioteca ...».

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