miércoles, 30 de junio de 2010

HOY, CONFERENCIA SOBRE SANTA MARÍA



A las 8 de la tarde de hoy, y en la Sala “Julio Corzo” del Hospital de Santiago, tendrá lugar la conferencia CERA PARA SANTA MARÍA de Antonio Almagro García.

Antonio Almagro es Doctor en Historia del Arte, ha sido Gerente de la SA.FA. de Úbeda y es Profesor de la Escuela de Magisterio de Úbeda, sin olvidar que sus estudios sobre Santa María de los Reales Alcázares lo convierten en el máximo experto sobre el sufrido templo ubetense. Su conocimiento de la realidad histórica y artística de la antigua Colegiata, le ha llevado a mantener una postura radicalmente contraria al proceso de intervención seguido en la misma, que ha generado la desaparición no ya sólo de importantes elementos arqueológicos u ornamentales de Santa María sino el propio aspecto interior que la iglesia tenía antes de la demoledora intervención de Isicio Ruiz y de la posterior reinvención general planeada y desarrollada por Enrique Venegas. La voz de Antonio Almagro fue, al principio, la voz que clamaba en el desierto, pero hoy en día su mensaje de denuncia contra lo realizado en Santa María comienza a cuajar en los sectores más sensibles de la sociedad ubetense, que asisten con un último estupor a la masiva colocación de focos a lo largo y ancho de Santa María.

La coherencia personal de Antonio Almagro en su valiente acción cívica de denuncia de los atentados padecidos por el patrimonio ubetense, convierten la conferencia de esta tarde en uno de los platos fuertes del Ciclo de Conferencias sobre el Patrimonio Histórico organizadas con motivo del aniversario de la inclusión de la Plaza Vázquez de Molina (en la que, curiosamente, se asienta Santa María) en la Lista del Patrimonio Mundial. En cualquier caso, les recomendamos que no se la pierdan: porque posiblemente la cultura es, antes que nada, este gesto de rebelión civil en defensa de la herencia de nuestros mayores y contra los desaguisados cometidos por el poder autonómico con las bendiciones episcopales, aquí sí.

lunes, 21 de junio de 2010

PALABRA DE SARAMAGO




«Pienso que todos estamos ciegos. Somos ciegos que pueden ver, pero que no miran.»

«No creo en Dios y no me hace ninguna falta. Por lo menos estoy a salvo de ser intolerante. Los ateos somos las personas más tolerantes del mundo. Un creyente fácilmente pasa a la intolerancia. En ningún momento de la Historia, en ningún lugar del planeta, las religiones han servido para que los seres humanos se acerquen los unos a los otros. Por el contrario, sólo han servido para separar, para quemar, para torturar. No creo en Dios, no lo necesito y además soy buena persona.»

«Estoy comprometido, o sea, vivo, en un mundo que es un desastre. Mi empeño es no separar al escritor de la persona que soy. Me esfuerzo, en la medida de mis posibilidades, en tratar de entender y explicar el mundo.»

«Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos. Sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir.»

«Hay quien se pasa la vida entera leyendo sin conseguir nunca ir más allá de la lectura. Se quedan pegados a la página, no entienden que las palabras son sólo piedras puestas atravesando la corriente de un río. Si están allí es para que podamos llegar al otro margen, el otro margen es lo que importa.»

«Los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay.»

«Los escritores viven de la infelicidad del mundo.»

«La derrota tiene algo positivo: nunca es definitiva. En cambio, la victoria tiene algo negativo: jamás es definitiva».

«Estamos neuróticos. No sólo hay desigualdad en la distribución de la riqueza, sino en la satisfacción de las necesidades básicas. No nos orientamos por un sentido de la racionalidad mínima. La Tierra está rodeada de miles de satélites, podemos tener en casa cien canales de televisión, pero de qué nos sirve eso en este mundo donde mueren tantos. Es una neurosis colectiva, la gente ya no sabe lo que le conviene para su felicidad.»

«El hombre más sabio que conocí no sabía leer ni escribir. Era mi abuelo materno y, aunque analfabeto, era un sabio en su relación con el mundo. Era pastor y había armonía en cada palabra que pronunciaba. Era una pieza en el mundo. No era apático, ni resignado. Era un ser humano directamente conectado con la naturaleza, como los árboles de su huerto, de los cuales se despidió cuando tuvo que viajar a Lisboa. Les abrazó y se despidió de ellos, de su naturaleza, porque sabía que se iba a Lisboa a morir.»

«No me preocupa la muerte, me disolveré en la nada.»

«Nuestra única defensa contra la muerte es el amor.»
«El tiempo es un maestro de ceremonias que siempre acaba poniéndonos en el lugar que nos compete. Vamos avanzando, parando y retrocediendo según sus órdenes. Nuestro error es imaginar que podemos buscarle las vueltas.»

«No se trata sólo de instruir, sino de educar. Y, desde dentro, repercutir en la sociedad. Aprendizaje de la ciudadanía, eso es lo que creo sinceramente que falta. Porque, queramos o no, la democracia está enferma, gravemente enferma, y no es que yo lo diga, basta mirar el mundo...»

«Llevamos siglos preguntándonos los unos a los otros para qué sirve la literatura y el hecho de que no exista respuesta no desanimará a los futuros preguntadores. No hay respuesta posible. O las hay infinitas: la literatura sirve para entrar en una librería y sentarse en casa, por ejemplo. O para ayudar a pensar. O para nada. ¿Por qué ese sentido utilitario de las cosas? Si hay que buscar el sentido de la música, de la filosofía, de una rosa, es que no estamos entendiendo nada. Un tenedor tiene una función. La literatura no tiene una función. Aunque pueda consolar a una persona. Aunque te pueda hacer reír. Para empeorar la literatura basta con que se deje de respetar el idioma. Por ahí se empieza y por ahí se acaba.»

jueves, 10 de junio de 2010

1978. MUERE JUAN PASQUAU



Pasquau es uno de los más grandes escritores de Jaén

EL HOMBRE Y SUS CIRCUNSTANCIAS.

El 10 de junio de 1978 –el jueves próximo hará treinta y dos años– moría en la Clínica Puerta de Hierro de Madrid un hombre llamado Juan Pasquau Guerrero. Había nacido en Úbeda, en una casona familiar de la Calle Trinidad, el 21 de abril de 1918. Su padre fue Alcalde de Úbeda. Su abuelo –Antonio Pasquau y González de Castañeda– fue también Alcalde de Úbeda, aquel mítico alcalde que en las epidemias de cólera del siglo XIX vendió todos sus bienes para darle de comer a los hambrientos. (El mismo fue concejal del Ayuntamiento de Úbeda.) Se casó, mediada la década de los 50, con Rosa Liaño, una joven de La Coruña. Tuvieron tres hijos –Juan, Curro y Miguel–, no llegó a conocer a sus nietos. Maestro por vocación, ejerció como tal en las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia –honda huella dejó la obra del Padre Villoslada en Juan Pasquau– durante décadas, y luego como director del Colegio de “Las Explanadas”, y también enseñó en la Escuela de Artes y Oficios, todo en Úbeda: quienes fueron sus alumnos aún recuerdan su bondad, su exquisito trato, su sencilla sabiduría. Desde muy joven colaboró con la prensa, escribiendo artículos en “Jaén”, IDEAL de Granada y ABC, muchos de ellos verdaderas joyas literarias, densísimos de lírica y hondísimos de pensamiento (en su tarea periodística, asumió la tarea que a comienzos del siglo XX emprendieran Ortega y Unamuno de llevar la filosofía a la calle). Fundó y dirigió la Revista “Vbeda”, la empresa cultural más importante del siglo XX en Úbeda. En 1958 publicó su monumental “Biografía de Úbeda”. Bibliotecario Municipal hasta su muerte. Elemento fundamental en la creación y desarrollo del Instituto de Estudios Giennenses, del Instituto de Estudios Sanjuanistas, del Centro de Iniciativas Turísticas de Úbeda. Hermano de Jesús desde el 1 de abril de 1941, Alférez de la cofradía morada desde 1948 hasta el último Viernes Santo de su vida, unas semanas antes de morir, cuando, al llegar al Hospital de Santiago, le cedió el legendario Pendón de Jesús a su hijo Miguel y él se retiró a su casa, agotado, vestido con la túnica con la que se adentraría en las alamedas de lo eterno. Académico Correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Cronista Oficial de Úbeda desde 1967. Hijo Predilecto de Úbeda desde 1968. Cruz de Alfonso X “El Sabio” en 1977, como reconocimiento a su labor educativa.

EL HOMBRE JUAN PASQUAU.

He ahí los datos de una vida. Los datos, tan fríos, tan objetivos, tan monótonos. Pero, ¿se agota Juan Pasquau en los datos? ¿Puede agotarse la dimensión, la figura, de Juan Pasquau en esa sucesión de datos, de tareas, de títulos, de méritos? No, no es posible, porque Juan Pasquau es más que un cúmulo de circunstancias y más que un dato: Juan Pasquau es un hombre, nada más y nada menos.. Un hombre entero. Complejo. Y el hombre... ¿puede agotarse en las frases hechas, puede definirse diciendo que es uno de los más grandes escritores giennenses de toda la historia, uno de los más grandes articulistas españoles del siglo XX, el ubetense más importante de los dos últimos siglos? ¿Puede el hombre Juan Pasquau acotarse con el recuento de su obra y de su legado? Ah, resulta imposible conocer así a Juan Pasquau; ni a él ni a ningún otro hombre con tanta densidad vital. Tan imposible, claro, como intentar descifrar y describir a la persona –a la persona, eh, no al personaje: los personajes siempre pueden despacharse en un artículo de periódico– en estas líneas. Porque detrás de todos esos datos, Juan Pasquau ocultaba una personalidad no arrolladora, pero sí conquistadora: para los que no lo conocimos es fácil recomponer a aquel hombre llamado Juan Pasquau, que no debió deslumbrar como un fogonazo pero que dejó una estela de luz que muy difícilmente podrá apagarse. “Juan Pasquau fue alguien que agotó y consumió su vida en ser persona, que vivió y se desvivió para serlo, porque tuvo la vocación y el genio de la vida personal”, ha escrito magistralmente Rafael Bellón. Tal vez por eso, por esa pasión de vivir a manos llenas –que es algo muy distinto a nuestro contemporáneo “vivir la vida”, tan huero–, Juanito Pasquau estaba menos atento a otras cosas, las menos importantes, y tal vez de ahí venga su proverbial despiste... como si la condición de despistado fuese casi inherente a las almas hondas y atentas a lo esencial.

El jueves, día 10, hará treinta años que se lo llevó, en un hospital madrileño, la púrpura trombocitopénica trombótica. Nuestros padres, nuestros abuelos, recuerdan –a buen seguro– el entierro de aquel hombre grande, verdaderamente multitudinario, recuerdan como sonaban los compases del “Miserere” y del Himno Nacional al paso del ataúd, el cortejo, las coronas... La pompa vana con la que disfrazamos la muerte de los hombres. Juan Pasquau estaba convencido de que resucitaría: no lo hemos dicho en la enumeración del primer párrafo, porque todo lo que ahí allí son circunstancias, pero Juan Pasquau Guerrero fue, sobre todo, un cristiano, y eso era para él una categoría, una sustancia íntima y personalísima. Sin todo lo demás, puede entenderse al hombre Pasquau, pero sin esa condición de creyente se nos desarma y se nos desdibuja su perfil vital. Socarrón, tierno, bueno, debía sonreír –o sonllorar– viendo su entierro, propio de hombre grande, como debe sonreír ahora –o reírse a carcajadas– al leer este artículo; preguntará porqué este recuerdo dirigido a un hombre muerto cuando él está vivo, resucitado en su fe para los que creen y, para todos, permanentemente aleteando en sus escritos.

REIVINDICACIÓN DE PASQUAU.

Urge volver a personas como Juan Pasquau, tan necesarias en estos tiempos donde todas las brújulas parecen machacadas por la rabia y la desorientación. Urge, claro, volver a tantos artículos maravillosos de Juan Pasquau: a esos artículos en los que describe con pasión serena a su Úbeda del alma, pero también a tantos pueblos de nuestra geografía –¡qué sorprendente capacidad la de Pasquau para desvelar lo oculto de Baeza, de Andujar, de Linares, de Cazorla, de Quesada, de Ibros...!–; a esos artículos en los que reflexiona sobre Dios y el hombre y sobre la política y sobre la sociedad y sobre las crisis y sobre la misma condición de la existencia, con una sensibilidad y una profundidad tal que no hay artículo suyo que no siga siendo válido, treinta años después de su muerte, para hacernos reflexionar y repensar nuestra condición de hombres postmodernos. Clarividencia del pensador sereno, intemporal por estar plenamente inmerso en las coordenadas históricas del tiempo. Y todo ello, con la virtud insuperable de que Juan Pasquau –hombre de creencias firmes– no impone sino que abre en cada una de sus páginas un diálogo con el lector.

Esa necesidad de Juan Pasquau, tres décadas después de su muerte, sólo es posible abordando sus escritos. Pero ocurre que las instituciones que debieran haber velado para que su obra escrita –el Ayuntamiento de Úbeda, el Instituto de Estudios Giennenses– se hubiera ido recopilando, se hubiera ido publicando, se hubiera puesto en manos del gran público, se han olvidado de Juan Pasquau. Para nosotros, Juan Pasquau es un hombre y su obra una referencia; para las instituciones, Juan Pasquau es una anécdota, un nombre. Tal vez, incluso, un estorbo, demasiado políticamente incorrecto. ¿Por qué no se ha hecho? ¿Estorba el pensamiento, estorba la independencia de Juan Pasquau? Si así fuera, treinta años después de que muriese, esa incomodidad causada al poder sólo haría reafirmar su urgencia, su necesidad. La exigencia de restaurar a Juan Pasquau.

(Manuel Madrid Delgado)

(Publicado en IDEAL el 6 de junio de 2010)

miércoles, 9 de junio de 2010

Estatuas y Monumentos. JUAN PASQUAU


La Cofradía de Jesús fue la impulsora del monumento

EL MONUMENTO ESCONDIDO.

Cuanto más debe una ciudad, un pueblo, a un hombre, más escándalo –escándalo moral– causa que la estatua con la que un día se decidió homenajear a ese hombre dormite olvidada, abandonada, en cualquier rincón, sin cuidado y casi escondida, como si avergonzase mostrarla en un lugar digno, en una encrucijada hecha para las vidas y las gentes. Eso ocurre, en Úbeda, con el monumento de Juan Pasquau. Monumento, cierto es, casi venido a menos, en el que destaca el espléndido busto –algo más que un busto, dijo Juan Luis Vasallo, su autor, pues tiene los dos brazos completos– del gran escritor; monumento al que le falta el complemento que aclimate la imagen en bronce de Pasquau, pues poco digna parece esa base sobre la que descansa y que se nos figura realizada por puro compromiso, porque en algún sitio tenía que situarse el busto. Si cuando salió adelante la iniciativa de realizar este homenaje a Juan Pasquau –iniciativa privada, muy tímidamente, pero muy tímidamente, impulsada por el Ayuntamiento– no hubo disposición económica para completar el monumento, ¿por qué no ahora, de una vez por todas, se acomete esta empresa y se le busca un lugar digno y visible a Juan Pasquau y se diseña un monumento que haga que su busto deje de estar expuesto sobre esa especie de bandeja pétrea?...

A la izquierda del patio central del Hospital de Santiago hay un patio más pequeño, macizo: el Patio de la Virgen, posiblemente llamado así porque una imagen mariana debió coronar la base de piedra que aún hay en el centro del mismo. Debajo de las arcadas de piedra, junto a la puerta que da acceso a la Biblioteca Pública que lleva su nombre, está situado el pedestal de piedra que sostiene el busto de Juan Pasquau. Aparcado allí, como si cualquier cosa, como si ese hombre eternizado por Vasallo en el bronce –la mano derecha acariciando la cara, en gesto pensativo, en gesto propio de un hombre hecho de meditaciones y silencios; la mano izquierda pasando las páginas de un libro–, no fuese el hombre que desveló la poesía oculta de Úbeda, y que construyó una Úbeda sin la cual no puede entenderse la realidad de la ciudad de los Cerros, porque desde Juan Pasquau, para entender a Úbeda hay que dialogar con la Úbeda de Juan Pasquau. Como si ese hombre no hubiese sido uno de los más grandes articulistas del siglo XX español. Como si ese hombre no fuera uno de los pensadores más finos y elegantes de la Guerra Civil para acá. Como si no fuese una personalidad ineludible en la realidad cultural del Jaén de los últimos cien años. Como si...

LA TAREA DE LA SOCIEDAD CIVIL.

Cuando Juan Pasquau moría –el 10 de junio de 1978– era Hermano Mayor de la Cofradía de Jesús Nazareno Andrés Carlos Martínez de las Peñas. Él y la Junta Directiva que presidía, y de la que era Vocal Juan Pasquau –el alférez de la Cofradía que orgulloso portaba el ancestral Pendón en el amanecer del Viernes Santo–, entendieron muy pronto que era necesario que Úbeda regalase un monumento a la memoria de Juan Pasquau. No era suficiente con que una calle, un colegio público o su Biblioteca Municipal ya hubiesen sido bautizadas con su nombre: gestos, esos, al fin y al cabo fáciles, que no requieren esfuerzos ni desvelos ni sacrificios, gestos para los que basta con un simple acuerdo municipal que no tiene más costo que el de los folios en que se escriben.

Libros de actas, polvorientos libros de cuentas, documentos, partituras, escrituras... carpetas azules cerradas con gomas y con etiquetas que identifican su contenido... El Archivo de la Cofradía de Jesús es una fuente inagotable para la curiosidad de los historiadores, alimentada por más de cuatro siglos de historia. En ese Archivo hay tres carpetas azules, mimadas por el entonces Secretario de la Cofradía –Antonio Vico, el gran amigo, el amigo del alma de Juan Pasquau–, que contienen toda la documentación relativa al monumento de Pasquau. Es curioso que esta documentación no se custodie en el Archivo Municipal, pero es que como hemos dicho el Ayuntamiento fue un simple convidado de piedra en este proyecto. Y es que el reconocimiento a Juan Pasquau nació de la sociedad civil, en uno de los últimos gestos de arrojo cívico que la siempre adormecida sociedad ubetense ha tenido.

Así, el 27 de enero de 1981 se reúne en la Sala de Profesores de la Escuela de Artes y Oficios la Comisión Pro-Monumento. La preside el Hermano Mayor de la Cofradía de Jesús, y asisten el pintor Domingo Molina (director de la Escuela), Eusebio Campos (director del Colegio Público que entonces todavía se denominaba “Francisco Franco” –hoy “Sebastián de Córdoba”–, del que Pasquau fue director), Diego Rodríguez Valdivia (director de SA.FA.), Natalio Rivas Sabater (Presidente del Centro de Iniciativas Turísticas de Úbeda), Joaquín López Sáez (delegado de la Asociación de Medios Informativos de Úbeda), José Dueñas Molina (en representación de la Asociación Cultural “Adelpha”), Pedro Nieto (en representación de la revista “Gavellar”), Juan Ramón Martínez Elvira (Consejero Local de Bellas Artes), Ramón Molina Navarrete (director de “Ibiut”) y el concejal Felipe Fernández Ordóñez. En esta primera reunión, los representantes de la sociedad civil acordaron tirar para adelante con el monumento de Juan Pasquau, encargando su realización a Juan Luis Vasallo, uno de los más grandes escultores del siglo XX. La empresa, era ambiciosa, pero todos eran conscientes de que Pasquau no merecía menos. Y se decide pedir al Ayuntamiento que el monumento se instale en el Rastro, debajo de la muralla, junto al torreón de la Santísima Trinidad.

ÚBEDA POR PASQUAU.

El 27 de octubre vuelve a reunirse la Comisión, a la que se habían adherido Bernardo López Aparicio (director de FP en SA.FA.), Alberto Coronado (aparejador municipal), José Fuentes Miranda (de la Asociación Cultural “Aznaitín”), Antonio del Castillo (amigo de Pasquau y bibliotecario municipal), y Antonio García Soria y Antonio Vico Hidalgo, destacados hermanos de la Cofradía de Jesús –alma mater del proyecto–, que actuarían respectivamente como Tesorero y Secretario de la Comisión. Ese día, Juan Luis Vasallo presenta su proyecto de busto, que resulta del agrado de todos. Y la Comisión se lanza a la tarea de recaudar fondos para poder sufragar el coste del monumento.

El 20 de octubre de 1983 vuelve a reunirse la Comisión, y a la misma asiste el nuevo Alcalde de Úbeda, Arsenio Moreno Mendoza, que propone que el monumento se ubique no en el Rastro sino en el patio de la Casa de la Tercia, lugar de las nuevas dependencias de la Biblioteca Municipal. Se aprueba la idea y se informa de que ya hay recaudadas más de 200.000 pesetas para el monumento. Pero hay que llegar hasta las 800.000 que cuesta realizar en bronce el busto de Juan Pasquau, y a comienzos de 1984 se manda al escultor un adelanto de 225.000 pesetas. No cesa en sus trabajos y desvelos la Comisión –rifas, donaciones...– y el 29 de diciembre, en el Teatro Ideal Cinema, se representa la obra “Úbeda, dama de sueños”, de Molina Navarrete: 35.000 pesetas más para la cuenta del monumento. Y así, poco a poco, la sociedad ubetense supo estar a la altura de las circunstancias y de la memoria de Pasquau y se recaudaron 833.500 pesetas, que dieron para pagarle a Vasallo y para costear la humilde peana de piedra que debía sostener el busto. Seguramente a los patrocinadores del monumento les habría gustado completar tan extraordinario busto con unos mejores complementos, pero el dinero no dio para más y los políticos –tan pródigos en sugerencias y en actos en los que ser fotografiados– no aflojaron el presupuesto municipal.

El caso es que el 8 de septiembre de 1986, festividad de la Virgen de Guadalupe, se inauguró el monumento de Pasquau en la Casa de la Tercia, lugar poco apropiado, por poco visible. Asistieron su familia y sus amigos y su Cofradía y la Comisión Pro-Monumento... y la Corporación Municipal y el Consejero de Cultura de la Junta de Andalucía. Hubo, supongo, discursos e himnos y recuerdos sinceros y alguna lágrima. Luego, cuando la Biblioteca se trasladó al Hospital de Santiago, el busto de Pasquau fue detrás de su Biblioteca y acabó aparcado en el Patio de la Virgen, a la espera de que algún día la sociedad civil de Úbeda –poco cabe esperar de sus corporaciones municipales– resucite y retome el proyecto de terminar un monumento digno para Juan Pasquau, en alguna calle o en alguna plaza del pueblo que tanto amó y que tanto le debe.

(Manuel Madrid Delgado)

(Publicado en IDEAL el 5 de junio de 2010)