El sábado pasado, el diario El País dedicaba su suplemento literario BABELIA a la literatura infantil y juvenil. Ciertamente la proximidad de la Navidad, con su inagotable carga de regalos, es una buena ocasión para promocionar con fines comerciales los libros “dedicados” a niños y jóvenes. Destacan en el especial el libro, precioso, de Maurice Sendak: Donde habitan los monstruos, una –y nunca mejor dicho– monstruosa joya que no debería faltar en la biblioteca de ningún niño, por la capacidad de evocar mundos que sus ilustraciones tienen. Pero más allá de eso –o sea: más allá del beneficio de las editoriales– lo verdaderamente importante es reflexionar sobre la importancia que para nuestros hijos tienen los libros. Y actuar en consecuencia, esto es, metiendo en su paquetón de regalos de Reyes uno o varios libros.
Para los padres que son lectores desde niños es fácil entender el valor inmenso que tiene el ofrecer a sus hijos la oportunidad de adentrarse en el mundo de los libros. Entre otras cosas porque saben que sólo de ese modo pueden ofrecerles la oportunidad de viajar a los lugares más recónditos del mundo, que son el fondo de los océanos y los volcanes o las selvas africanas, la oportunidad de transitar por las calles de Pompeya o por el Londres victoriano, la oportunidad de tener alas y volar o de convertirse en enano o gigante y derrotar a villanos y enamorar a princesas. Los padres lectores valoran ese tesoro y hacen bien en transmitírselo a sus hijos, porque es quizá lo mejor que podrán dejarles nunca, un mundo entero e intacto, que no se agota por muchos ojos que lo lean.
Los padres que no leen lo tienen más difícil en principio, porque tal vez no entiendan la magia de sentarse con un libro entre las manos mientras las horas pasan dibujadas en la cara feliz o preocupada, en función de las peripecias de los personajes. Pero tienen que hacer también ese esfuerzo para regalarles a sus hijos el milagro y el misterio y el don de la lectura.
Cómo sea, lo importante es que el 6 de Enero los Reyes Magos hayan dejado un libro, por lo menos uno, en el zapato de cada niño y de cada joven. Porque en un libro hay más aventuras y más pasión y más mundos y más diversión que en todos los juguetes juntos y más, por supuesto, que en las consolas y los ordenadores.
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