Para muchas personas, en muchos lugares del mundo, hoy es un día importante: se celebra el Día del Libro, sin duda la cita cultural más importante del año. Porque en el libro y en la lectura no caben engaños, ya que en ellos la persona se sitúa frente a frente, sin intermediarios, con su conciencia, con su realidad, con sus posibilidades de crecer y acrecentarse. En el libro no hay espectáculo, en la lectura no hay exhibición: nunca ninguna creación humana ha hecho tanto por la libertad de conciencia y de pensamiento como el libro, y estamos convencidos en este día señalado de que el libro es el único enemigo que aún le queda por vencer al poder y a la estupidez, ese imperio de los políticos. ¿Cuánto le debe la humanidad al libro, a la palabra escrita, a la lectura? Mucho, casi todo. Desde luego lo mejor que es. José Luis García Martín ha señalado, acertadamente, que los libros son la más alta expresión de la vida y que los libros multiplican el mundo. Es verdad, y por eso un día como el de hoy, dedicado a los libros, al libro, es una fiesta de la palabra y por ende una fiesta del hombre. Celebrémoslo acercándonos a las librerías, regalando libros y rosas, acudiendo a las maltrechas bibliotecas públicas a rebuscar entre sus estanterías aquella joya que nos emocionó cuando, teniendo diez u once años, comenzamos nuestra aventura vital como lectores. Pero sobre todo celebremos este día en nombre de los que no pueden celebrarlo porque no tienen libros, porque no saben leer, porque en sus países el libro está perseguido o, sencillamente, porque prefieren mantenerse en la idiotez de los que no leen por pereza.
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